Trabajar durante un viaje - relato de un verano inusual

Cuando empiezo el día, me gusta levantarme sin prisa, con calma y tomándome un rato para pensar a donde tendré que salir hoy. Si no me ordeno esos pensamientos, hay veces que hasta me olvido de salir, y me quedo en casa... Pero aquel día de julio sí que me acordé que tenía que salir. ¿Quién trabaja en plena pandemia...? Ojalá tuviera vacaciones, aunque sí, mi trabajo consiste en viajar, pero una se cansa mucho cuando pasan horas y horas, levantándote dolida y desubicada.

A pesar de eso y antes de nada, decidí estirarme de brazos y piernas, tanto, que parecía que me las iban a arrancar. Y pese a que no era de los días más calurosos, sentía un terrible calor en la espalda, como esa brisa calurosa del mes de julio a las 3 de la tarde. 


¡Primer día de libertad! ¡Y último! - dije para mí misma -. Acto seguido pensé que había algo que me olía un poco raro, pero dejé pasar esas sensaciones. Seguí el camino hasta llegar al coche, y allí volví a descansar mis piernas y brazos, me quedé un poco mal sentada, pero sabía que no tardaría mucho en volver a acomodarme. Una hora y media después volví al trabajo, ahora sí que sí era mi momento. Me encontré con otras dos compañeras de trabajo, y a pesar de que siempre intentamos mantener la distancia, la verdad es que se hace difícil cuando una fuerza sobrehumana nos acercaba cada vez más y más. Era una de las partes más difíciles de todo el trabajo… 


En fin, sabía que mis compañeras y yo tendríamos un fin de semana largo, primero hasta Barcelona, y de allí hasta el hostal cerca de la Costa Brava. Ya nos avisaron cuando empezamos este trabajo, que sentiríamos muchas turbulencias, movimientos durante nuestra tarea, y también pararíamos muchos malos olores y bichos que se quedan entre nuestro uniforme (y eso es lo que me daba más asco). 


Cuando ya llegamos al hostal, nuestras arrugas se apreciaban cada vez más. Y por mucho que nos pusiéramos a estirarnos, la ropa del uniforme se nos arrugaba como una camisa doblegada imposible de planchar. Seguimos con nuestro viaje, y por fin llegamos a la playa, me tocó el sol y, a mi pesar, entró arena por cada rincón en el que puedo respirar. Sí, un golpe de viento insospechable me golpeó la espalda y no puede hacer nada más que rodar y rodar en la arena, hasta que volví a recomponerme. Mis compañeras me miraron sabiendo que debía estar algo mareada, y que cada vez me pesaban más las horas. 


Y así es, pasaban los días, hostal, playa, playa, hostal, cena, comida… Y cada sitio de reposo era peor. Hacía horas que había terminado el contrato, y seguía realizando horas extras, porqué por encima de todo, y a pesar de estar tan sucia, prefería seguir trabajando hasta que me sustituyeran. Me daban envidia esas compañeras de élite, que tienen una composición mucho más fuerte y resistente… Son más apreciadas y los jefes las cuidan más… Aunque sé que mi función dura pocas horas, deberían respetarlo, y aún nos miran mal si no lo hacemos bien, ¡vaya cara que tienen algunas, que prefieren estar todo el día mirando el suelo! 


Por fin, el fin de semana acabó con éxito, y todo el mundo estaba sano. Llegué a casa, y por fin mi sustituta me estaba esperando en el mismo sitio en el que yo siempre había reposado. Solo esperaba que a ella no le tocase lo mismo que a todas, por qué la vida de una mascarilla quirúrgica, solo tiene una duración de 4 a 6 horas seguidas. Pero a quién le importa los largos viajes de una mascarilla de usar y tirar, si la diversión siempre ha estado por encima de la cura y la prevención. 


Por ti y por los demás, no prolongues el uso de la mascarilla.


#Historiasdeviajes


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